El abandono empezó mucho antes de que te fueras
cuando miraste otras tantas mujeres con ansias,
cuando me mentiste con los ojos abiertos,
cuando tus abrazos me dejaron vacía,
cuando tus besos me descascararon los labios.
El abandono sos vos.
No te culpo.
No sabés ser otra cosa.
Pero tampoco querés saber.
Ninguna nota de aviso de tu partida.
Fue –sigue siendo- lo mejor.
Abandonarme lo suficiente
para que me abandone yo misma,
para que abandone, por fin, el “felices para siempre”.
Debo afrontar tu partida rozándome con otros cuerpos
y la cara hinchada.
La compañía de otros
solo me recuerda tu falta.
Quieren acariciarme las pobrezas.
El abandono, ahora, soy yo.
No consigo todavía quien me destrate peor,
que me arroje como trapo sucio.
Me abandonaste vos,
me abandoné yo.
También me abandonaron las ganas de verte.
Me abandonó la tristeza, pero no la nostalgia.
Me abandonaron la idealización y la fantasía.
El enamoramiento también me dejó tirada.
Otra vez, querés volver,
pero ya no estoy.
Yo también sé ser abandono.
Comentarios
Publicar un comentario