Saberme sola, pero limpia
Me gustabas tanto
que dejé de verme.
Creí que prestándote mi jabón
iba a encontrar lo que buscaba.
No tenía idea qué buscaba.
Pero ahí estaba yo.
Limpiándote los miedos,
secándote los males,
rozándote la punta de los labios,
para sacarte una sonrisa.
Mi motivo era tu piel limpia
a costa de mi mugre.
No había más allá de una ducha
y nunca alcanzaba el agua caliente para mí.
Siempre encontrabas quienes te froten más y mejor.
Porque hacías esfuerzos descomunales por encontrarlas.
Me gustabas tanto
que no quise verme.
No podía ver que me había convertido a tu religión.
Un harapo usado tantas veces.
La toalla de baño que todos evitan por lo ajada.
Solo me querías para tramitarte el ego,
para limpiarte la mugre.
Recién bañado te ibas
a oler otros cuerpos.
Volvías perfumado de aromas mejores.
Me gustabas tanto
que me tapaba la nariz,
apretaba los ojos
y tragaba saliva para no escupirte.
El día que me miré al espejo,
todavía me seguías gustando demasiado.
Pero estaba tan sucia, olía tan mal
que preferí usar el poco jabón que dejaste,
para bañarme la dermis.
El olor a otras ya no me asentaba.
Y, en la ducha,
limpiándome el miedo a quedarme sola,
escupí y lloré por sucia,
por aceptar lo menos.
Elegí respirar la soledad que desprendía el vapor,
pulir mis poros, saberme limpia.
Saberme sola, pero limpia.
Decidí que nunca más te abriría la puerta del baño.
Ya no quedaba jabón para dos.
Comentarios
Publicar un comentario